Encontré el camino correcto a través de las calles de Le Marais. El día era cálido y el cielo estaba nublado con un color gris profundo. En mi interior existía la sensación de que algo iba a ocurrir. Me encanta perderme en una ciudad mágica como Paris, en donde cada pared, cada calle o rincón tienen esa atmósfera especial de arquitectura e historia. Me siento triste. Quizá estos momentos sean los mejores para entrar en un café, sentarme y compartir con vosotros estas historias, imágenes y pensamientos. Pero hoy prefiero caminar y descubrir, maravillarme con el arte urbano, disparar mi cámara e inmortalizar esos paisajes que conservo como tesoros. Camino y me pierdo en el barrio, en sus olores y en su color. Las pastelerías judías desprenden una magia particular que forma parte de un decorado perfecto para sentirme adentro de mi propio sueño. En algún momento de mi paseo me imagino como un artista del siglo pasado, hambriento de palabras y romántico como pocos. Me estaré volviendo loco o es sólo mi pasión el motor de estos pensamientos? Soy un afortunado, un loco, un pequeño punto en el firmamento que intenta abrir esas puertas, que prefiere la sorpresa de la sombra detrás de la pared. No tengo miedo, no tengo límite ni reloj. Sigo mi instinto. El mapa imaginario de un camino largo y extraño, lleno de engimas y llaves, lleno de puertas y demonios. El fuego que llevo adentro me consume. Arde como miles de incendios y desprende un perfume especial y embriagador. Una puerta al desafío, a lo desconocido, al placer de lo oculto. Tengo que descubrir mi destino, sentir las heridas del día a día y salir de la noche de la rutina, para poder disfrutar de la gloria, de la libertad. No sé si me siento libre. Quiero vivir.
Continuará...
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